Andrés Luna ha sido una de las imágenes más recurrentes y persistentes a lo largo, tanto de mi vida personal, como de mi proyecto académico. A él, como intérprete, lo encontré de improviso en un bar caleño. Lo oí y quise conocerlo. Tardé quizás un mes en volverlo a ubicar, pero inmediatamente aceptó ser seguido y cuestionado por mí.
Entre ambos, acompañándonos e instigándonos, existió siempre la pregunta por el ejercicio musical. Algunas veces, la mayoría, tuvimos la fortuna de estar en desacuerdo político y moral cuando tratábamos temas como la interpretación y la composición; pero con los años fuimos comprendiendo que nuestras posturas -siempre fluctuantes en sí mismas- respondían a otro tipo de estructuras que superaban el hecho de que los dos fuésemos intérpretes, cada uno a su manera, y que él fuera un ávido y prolífico compositor.
Este trabajo fue la concresión -bastante somera, por lo demás- de un diálogo sostenido durante varios años, matizado y enrriquecido por días y noches de música.
Quizás nunca llegamos a la conclusión que yo aspiraba. Quizás jamás llegaremos a ninguna conclusión. Pero siempre seré feliz de encontrar respuestas en las palabras que durante tanto tiempo Andrés, con toda su entrega, me brindó.
Y espero algún día, realizar por fin el proyecto que siento se merece ser realizado a su lado. Puede que éste no sea aún el momento, pero, de verdad espero volver por él.